Aunque
trate individualmente cada uno de los riscos de la Ciudad por las
singularidades que a cada cual se han dado en la historia, muchas son las
menciones generalistas que se dan a lo largo de la historia de la Ciudad al topónimo de Los Riscos, dado que concurren
denominadores comunes en todos ellos dentro del tejido urbano.
Conforman
geográficamente las laderas ascendentes hacia las cabeceras de los lomos o
rehoyas que convergen en la
Ciudad, desde el barranco
de Mata hasta la Vega de San José.
Vista nocturna (Nacho Oramas) |
Estas pequeñas lomadas contempladas desde las barcos que arribaban a Las Isletas, único lugar de
abrigo para fondear las embarcaciones por su litoral, dibujaba un parapeto que
escondía lo que la isla contenía.
Una de
esas alturas es el Lomo
Apolinario, en
la antigüedad Lomo Albiturría, que haciendo una curva hacia el
naciente llega hasta el emplazamiento del Castillo
de San Francisco, para que en sus riscos se asienten los barrios de San
Lázaro y San
Nicolás; a la otra banda
del barranco Guiniguada,
está el Lomo Blanco y asentándose en sus riscos el barrio
de San
Roque; y más allá del barranco
Seco, tributario del Guiniguada,
está flanqueando su rampa sur el Lomo
de Santo Domingo, y en sus riscos los barrios de San
Juan y San
José.
La
primera constancia histórica sobre los riscos queda atestiguada en el siglo
XVII por la representación cartográfica de los mismos en el plano de Pedro
Agustín del Castillo de 1686. De hecho, las ermitas de cuyas advocaciones toman
los nombres y a su alrededor se conformaron los caseríos iniciales, salvo San
Lázaro que lo fue después de haberse construido el segundo hospital
para los "elefanciácos".
Las
razones de este asentamiento peculiar se remiten a la misma fundación de la
Ciudad el 24 de junio de 1478 y al repartimiento de la propiedad de la
tierra entre las clases privilegiadas. El primer casco urbano se configurará en
tomo a la plazoleta de San Antonio Abad, continuando hacia Triana.
Las
construcciones iniciales se situaban en el interior del sistema defensivo,
consolidado a finales del siglo XVI, entre 1576 y 1584, con la construcción de
dos murallas, una al norte y otra al sur de la Ciudad. Hasta el
siglo XVII, la misma crece intramuros, dentro de las murallas; aumentan la
población y la densidad de construcciones, pero no crece en perímetro.
Los Riscos del Sur en 1930 (Fernando Baena - Fedac) |
Ante
los ataques y saqueos de las flotas extranjeras que se adentran en aguas del
archipiélago, la Ciudad atraviesa una época de inestabilidad.
Las murallas suponían una defensa para la misma, a pesar de lo cual sufrió
acosos y destrucciones, como la acaecida el 26 de junio de 1599 por la armada
holandesa al mando de Van der Does.
Tras
la misma, comenzó la reconstrucción de la Ciudad, pero también
tiene lugar el desplazamiento de la población más humilde, ya que se llevaron a
cabo modificaciones y ampliaciones en la trama urbana, con claras connotaciones
clasistas. Así, las lomadas o "riscos" que rodeaban
la ciudad se convirtieron en el mejor refugio, tanto por la dificultad de
acceso, como por la fácil evacuación que ofrecían hacia el interior de la isla.
Los
históricos "riscos" representan suburbios
históricos y actuales de la Ciudad de peculiar pintoresquismo,
lugares donde vivían los artesanos y la clase más humilde en viviendas
autoconstruidas o casas-cueva, y así se dice cuando los privilegiados
construyeron las ermitas bajo la advocación de los respectivos santos, «
... para que las gentes humildes no perdieran su fe ...», pero más que
nada, «...porque iban descalzos y mal vestidos para entrar en las
ermitas de la Ciudad » donde van los privilegiados.
Vista parcial retrospectiva s. XIX (Fedac) |
Lo que en la actualidad es considerado un peculiar pintoresquismo,
tuvo sus orígenes en la no renovación de los contratos de arrendamiento por
parte del grupo de poder con propiedades urbanas en la zona baja de la
Ciudad y en el cese de ventas de inmuebles a censo enfitéutico o
vitalicio, todo ello con el fin de alcanzar el desplazamiento de esta población
humilde hacia otros lugares donde los solares y viviendas alcanzaban un precio
más bajo. Con esta marginación, se alcanza la distinción social más agudizada a
partir de la segunda mitad del siglo XVII.
«Estos
barrios fueron, asimismo, los primeros receptores de la emigración
campesina a la ciudad. Así, junto a los marginados y a las clases menesterosas
suburbanas se fue asentando un indigente proletariado rural que buscaba en la
ciudad urgentes condiciones de supervivencia. No es preciso recordar que las
condiciones de vivienda y, en general, de vida en los "riscos"
fueron lamentables durante siglos» (HERRERA PIQUÉ, A.: La
ciudad de Las Palmas. Noticia histórica de su urbanización, Las Palmas de
GC, 1978).
Lavanderas en 1925 (Fernando Baena - Fedac) |
Pero este movimiento social tuvo también un ánimo
mercantilista y censualista, pese a su ubicación marginal fuera de la
muralla, donde fue obligada a asentarse la población más humilde:
«… el crecimiento urbanístico de los mismos sólo se ve afectado por el grave
pleito que mantiene el Cabildo de la isla con varios propietarios, debido a la
posesión y titularidad de los solares. Los litigios son múltiples, afectando a
instituciones, como el convento de San Pedro y San Bernardo, y a particulares,
como Sebastián de Betancurt y Franquis, Diego Ponce, y Francisco de Padilla.
El principal contencioso lo incoa la Real Audiencia
por las desavenencias entre el Regimiento, el convento de Santo Domingo y
Sebastián Betancurt por todos los sitios que fueron vendidos en los barrios de
San José y San Juan. El pleito comienza el 22 de diciembre de 1690 y se
prolonga hasta marzo de 1694, después de varias apelaciones y deslindes…» (QUINTANA ANDRES,
P.C.: Producción, ciudad y territorio: Las Palmas de Gran Canaria en el
Seiscientos, Las Palmas de GC, 1997).
Panorámica al amanecer (Maca Molist) |
Pero
siempre ha habido fórmulas para mejorar la imagen pública y, así, las ermitas
construidas en los "riscos":
«…
son algo más que unos edificios para el culto. Se muestran como una
manifestación de un poder que progresivamente se vuelve más omnímodo. La
vinculación de bienes, la necesidad ideológica de aparentar y el perentorio
deseo de una mínima compensación a los grupos menos favorecidos, como mecanismo
de control de algún motín o desaguisado social, son los elementos fundamentales
que mueven a diversos integrantes de la élite a financiar directamente la
construcción y reedificación de ermitas…» (Ibídem).
A lo largo de los siglos los Riscos han tenido bajo sus pies a la
Ciudad, viendo el transcurrir de la historia, contemplando su devenir de
insolidaridad. Y puede asumir como propio, como su sentir retrospectivo, ese
bello poema de Saulo Torón:
He callado sintiendo el horror del combate,
el cañón que derrumba, la metralla que abate,
las espadas sangrantes en la siega feroz;
he callado sintiendo el temblor del espanto,
la tragedia del grito, el quejido del llanto…
porque todo se hacía en el nombre de Dios.
el cañón que derrumba, la metralla que abate,
las espadas sangrantes en la siega feroz;
he callado sintiendo el temblor del espanto,
la tragedia del grito, el quejido del llanto…
porque todo se hacía en el nombre de Dios.
He mirado ciudades convertidas en llamas;
y entre escombros humeantes, muertos niños y ancianos,
en un bárbaro ataque sanguinario y atroz;
he mirado las cunas hechas pastos del fuego,
y he callado ante el loco, he callado ante el ciego…
porque todo se hacía en el nombre de Dios.
y entre escombros humeantes, muertos niños y ancianos,
en un bárbaro ataque sanguinario y atroz;
he mirado las cunas hechas pastos del fuego,
y he callado ante el loco, he callado ante el ciego…
porque todo se hacía en el nombre de Dios.
He sabido que el hambre hacía estragos tremendos,
que se han dado suplicios y castigos horrendos,
con el odio en el alma y el rugido en la voz;
y ante tanto hecho bárbaro, ante tanto delito,
he llorado de rabia, con dolor infinito,
¡porque todo se ha hecho en el nombre de Dios!
que se han dado suplicios y castigos horrendos,
con el odio en el alma y el rugido en la voz;
y ante tanto hecho bárbaro, ante tanto delito,
he llorado de rabia, con dolor infinito,
¡porque todo se ha hecho en el nombre de Dios!
Poema: Habla una voz
Parece
inspirado el primer verso en los abatares de los castillos de San Francisco y
de Mata; el segundo en la destrucción que ordenó el almirante holandés Pieter
Van der Does en 1599; y el último en la marginación social histórica que
sufrieron sus vecinos. Y los tres versos, acabados con la exclamación farisea
de "en el nombre
de Dios" por
la erección de sus ermitas, cuando los verdaderos objetivos de sus promotores
fue alcanzar la limpieza de sangre de su linaje, o el prestigio social de su
persona, o la segregación social de los menesterosos que deberían seguir como invisibles para la sociedad privilegiada del
Antiguo Régimen.
Localización (Espacios Naturales de Gran Canaria)
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