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miércoles, 11 de abril de 2012

ATALAYA, LA (SANTA BRÍGIDA)

Actualización 28-mar-2016
Recibe este nombre por su ubicación en un promontorio que domina el barranco de Las Goteras, antes conocido por barranco del Gamonal, antiguo lugar de vigilancia y defensa. Fue un antiguo poblado aborigen de cuevas, con casas excavadas en la roca de donde recibe su calificación como habitat troglodita, que aún algunas continúan habitadas.

Loceras en 1890 (Pérez Ojeda L Fedac)
Sus casas-cueva llevan protegiendo a los "talayeros" -como los lugareños quieren que les llamen- de las inclemencias del tiempo desde antes de 1483, fecha en la que finalizó la conquista de Gran Canaria, siendo uno de los poblados trogloditas más singulares del Archipiélago, del que constan muchas referencias retrospectivas fotográficas, así como relatos de viajeros famosos. Como en todos los poblados "del tiempo de los canarios", la confección y "guisado" de la cerámica aborigen sería una de las tantas labores habituales de sus ocupantes, pero no se tiene constancia que fuera una labor que sobresaliera entre las otras en este lugar.  

La casa cueva o vivienda troglodita fue una de las primeras construcciones populares usadas con especial incidencia en el agro canario. El empleo como hábitat de la cueva natural y artificial, además de la reutilización de las dejadas por los aborígenes, se ha prolongado durante siglos debido a sus condiciones térmicas, amplitud de espacio, escaso valor económico y, en algunos casos, la marginación social de sus grupos de moradores.


Panorámica 1890 (Pérez Ojeda, L Fedac)
Hasta el siglo XIX, en la isla el hábitat troglodita llegó a ser la residencia de aproximadamente un diez por ciento de su población. Además de La Atalaya, destacan los agrupamientos de casas-cuevas en Artenara, Tara, Acusa, Cendro y Barranco Hondo.

Del topónimo ya se tienen noticias en los repartimientos, y así es mencionado por Bartolome Hernandez cuando el 17 de octubre de 1550 decía: «... que puede aver quatro o çinco años poco mas o menos que yo ove pedido a vuestas señorias un pedaço de tierras que son detras del lomo del Gamonal a un lado del Atalaya e lindan la parte de arriba con tierras de Ysabel Salvago e por otra parte con tierras que fueron de Juan Baxo e del otro lado tierras de Juan Martin del Castañal e por la parte de abaxo tierras de Alonso Suarez que podra aver treynta o quarenta hanegadas de tierras ...» (RONQUILLO, M. Y AZNAR VALLEJO, E.: Repartimientos de Gran Canaria, Las Palmas de GC, 1998).

Atalaya y el Monte 1925 (Hermann K. Fedac)
En los primeros tiempos, el topónimo se extendía prácticamente dentro del ámbito del Monte Lentiscal, con su típica vegetación de entonces, como puede apreciarse en la descripción de las propiedades que el Cabildo, el 21 de noviembre de 1664, cede a Diego Álvarez de Silva, escribano mayor del mismo Cabildo «… dos fanegas de tierras en la Atalaya que estavan llenas de monte de lentiscos mui espesos…», en 12 reales y medio de tributo perpetuo, advirtiendo que para desmontarlas tendría gran trabajo.

Pero fue la actividad locera, poco significativa e incipiente desde finales del siglo XVII y el XVIII, alcanzó un crecimiento notable y progresivo en los siguientes siglos, la que dio a conocer a esta población en toda la isla. Era desarrollada casi en exclusiva por mujeres, pues los hombres trabajaban en las tierras y ayudaban para el acarreo de la leña y el barro, y otros trabajos pesados. De aquí, la artesanía locera se llevó a otros puntos de la geografía insular, en períodos de crisis económica que obligaban a migrar; y, así, se establecieron los primeros alfares en Hoya de PinedaLugarejosMoyaTunte, etc.


Horno y cerámica 1925 (Maisch T Fedac)
Según referencias del s. XIX, eran más de doscientas familias las dedicadas a esta tradición artesanal, al oficio de la alfarería. La primera referencia escrita del pago de la Atalaya, que se difunde en la prensa científica, de cuantas tengamos noticia es la escueta descripción que publica el conde de Poudenx en 1819.

Aquí se confeccionaba la loza con una técnica manual, sin torno, con el levantamiento de las piezas por el procedimiento del urdido, consistente en el continuado añadido del churro o cordones de barro bermegal mezclado con arena, desde el fondo de la pieza hasta su boca, para luego alisar y pulir con pequeñas piedras lisas.

Panchito 1950 (Fedac)
Como en toda la alfarería insular, el "guisado" o cocción se hacía en diferentes hornos, en mayor medida mono-cámaras, como el restaurado junto al alfar de Panchito, Francisco Rodríguez Santana, alfar que se ha convertido hoy en un eco-museo, la denominada Casa Alfar Panchito, donde, además, para la conservación y divulgación de este ancestral oficio canario que algunos investigadores sostienen fue traído por los portugueses, se han creado el Centro Locero de La Atalaya y la Asociación de Profesionales de la Loza de La Atalaya.

Un importante testimonio con la descripción del proceso de confección de la loza nos dejó la ilustre viajera británica  de finales del XIX: «… Sentada sobre el suelo con las piernas cruzadas, en el centro de la cueva, había una anciana. Delante tenía una piedra lisa, de alrededor de un pie y medio cuadrado, a un lado,  una masa informe gris y al otro, un cuenco de barro lleno de agua. La forma regular de las diversas vasijas, braseros y otros artículos de alfarería nos habían hecho suponer, aunque erróneamente, que habían sido hechos con un torno.

Olivia M. Stone
[…] Tomando un trozo de arcilla y humedeciéndolo, rápidamente lo amasó con las manos formando una bola y después, colocándola sobre la piedra, la extendió, presionándola, hasta darle forma de cuenco, haciéndola girar continuamente para mantener la forma circular. Después tomó un pequeño pedazo de arcilla y dándole forma oblonga, la enrolló por todo el borde del cuenco, aumentando así su altura. Este proceso se repitió una y otra vez hasta que la vasija era lo bastante grande, manteniendo la mano izquierda siempre dentro de ella para poder hacerla girar, y, cuando sentía que no tenía suficiente grosor en algún sitio, le añadía arcilla. Una sección que estaba doblada hacia afuera en la parte superior gradualmente tomó la forma del pico.

[…] Una vez que la vasija gris estuvo terminada la pusieron al sol a secar. Cuando están lo suficientemente duras, trazan rayas por afuera con una piedra lisa y oblonga. […] Es curioso observar que se han encontrado rayas exactamente iguales en las vasijas de los guanches, quienes sin duda hacían su alfarería de forma parecida. […] Los hornos son circulares, construidos con piedras y con los huecos entre ellas rellenados con barro, muy parecidos, aunque mayores, a los hornos de pan que se utilizan en todas las islas.

[…] En el horno colocan grandes piedras redondas que se usan para levantar por un lado las vasijas y los diferentes artículos para que el calor pueda alcanzar toda la superficie al mismo tiempo. El calor de estos hornos es enorme y no se puede uno acercar a menos de una yarda, más o menos, de las bocas, sin quemarse. Por lo tanto, cuando hay que mover las piezas, utilizan dos varas largas de pino para cambiar de sitio las piezas calientes en el horno y para sostenerlas. […]  Cuando las piezas están listas para vender, las mujeres llevan sobre sus cabezas grandes cestas llenas de cántaro, braseros y vasijas para tostar gofio y café, hasta Las Palmas, a unas cinco millas de distancia » STONE, OLIVIA: Tenerife y sus seis satélites, 1887 (Traducción de Juan Amador Bedford).

Familias de loceros 1895 (Fedac)
El tamaño del lugar de La Atalaya como topónimo iba mucho más allá de lo que era el asentamiento troglodita y la cultura del barro, dejando muchas señas documentales en las testamentarías de la alta sociedad de entonces, que atestiguan su notable importancia siglos atrás y la de sus propiedades en el Lomo de La Atalaya. Una relación cronológica extensa, para entender su dimensión, sería esta:
Hornos y casas cuevas
1890 (Fedac)

  • Miguel Calderín Casares, Licenciado y Racionero de la Catedral, el 4 de abril de 1696 con una hacienda de 16 fanegas de “secano” denominada “Murcia” con sus casas y bodega; 
  • Miguel Baez Marichal, Licenciado y cura del Sagrario de la Catedral, el 14 de marzo de 1720 con una hacienda de de 27 fanegas de viña con casas, además de la ermita antes nombrada;
  • Juan Barreda Padrón, Chantre de la Catedral y Juez Apostólico del Tribunal de la Sta. Cruzada y Examinador Sinodal, el 21de julio de 1745 con una hacienda de 50 fanegas de viñas y árboles frutales con sus casas y ermita en la Majadilla de la Atalaya;
  • Mª Inés Ramos Collado, viuda del Capitán Pedro J. Bravo, el 4 de septiembre de 1751 con una hacienda de viña con casas y lagar, cercado de tierra de “pan sembrar” y Suerte de viña; 
  • Diego Álvarez Silva, Licenciado y Prebendado de la Catedral, el 22 de junio de 1771 con una hacienda de 19 fanegas de viña y frutales, con casa, lagar y caldera de destilar;
  • Pedro Bravo de Laguna Bandama, Regidor Perpetuo, el 10 de marzo de 1776 con una hacienda de viña dividida en dos suertes, El Mocanero y el Macho Viejo, con su casa, bodega y lagar;
  • y Bartolomé Bravo Laguna, Castellano del Fuerte de Sta. Isabel y Regidor Perpetuo, el 11 de mayo de 1787 con una hacienda de 16 fanegas de viña con alguna arboleda, casas bajas, lagar de cantería, bodegas, casa del mayordomo y otros accesorios de labranza».
En relación con La Atalaya y la loza del lugar, el investigador Antonio M. Jiménez Medina en su Tesis Doctoral (“Arqueología de la loza canaria. Historia y tecnología cultural de la cerámica elaborada a mano en la isla de Gran Canaria, siglos XIX y XX”, 2016, Inédita) argumenta:

«Se desconoce cuándo se inicia la actividad alfarera en esta localidad de La Atalaya, pudiendo existir dos posibilidades:

·  Centro locero que comienza en el siglo XVI (al menos desde 1594), que es denominado “La Ollería” y que procedería del mundo indígena (según el cronista oficial de Santa Brígida, Pedro Socorro Santana, 2009).

·  Centro locero que se establecería a partir de mediados o finales del siglo XVII (c. 1663) y que aparece documentado fehacientemente a partir de 1724 y en el que se asienta población procedente de las islas de Fuerteventura y Lanzarote, debido a la emigración producto de las grandes hambrunas desde 1720, o unos años antes, del que se desconoce la impronta o relación de dicha población en las labores alfareras (si estas poblaciones emigradas trajeron consigo el conocimiento alfarero, si existía previamente en la población de la zona, o si se fundieron ambas tradiciones loceras).

Talayeras (Fedac)
El “Lomo de La Atalaya” (lugar que Pedro Socorro relaciona con el lomo en el que se emplaza un campo de golf en la actualidad) aparece reflejado en un acta bautismal, asentada el 5 de febrero de 1588 y unos años más tarde aparece citado el topónimo “La Atalaya”, en 1594, lugar donde existía un puesto de vigilancia destinado a avisar la llegada de naves que pudieran albergar corsarios, o piratas (Socorro Santana, 2009). Para Pedro Socorro Santana, la actividad alfarera en este pago comienza a finales del siglo XVI, pues sostiene que en 1592 se cita una ollería en este lugar (concretamente en un acta bautismal, fechada el 19 de abril de 1592, en la que se cita que la niña Isabel, hija de Alonso Martín y Constanza de Troya residían en “La Ollería”, que considera como una vieja ollería que enlaza sus raíces con un poblado indígena que se estableció en la zona (Socorro Santana, 2009).

Oficio de generaciones (Fedac)
Sin embargo Pedro Quintana Andrés sostiene que esa Ollería se ubicaba, realmente en “El Dragonal”, tal y como ha podido documentar en varios legajos depositados en el archivo histórico provincial, desde 1517 hasta 1663. En ese sentido, se cita al ollero Andrés Martín, que fabricaba tinajas en 1517. Este mismo ollero es citado, posteriormente, como el antiguo propietario de “La Ollería” (1522). Luego en 1532 se documenta que se hacían tejas y ladrillos en la misma Ollería. Asimismo, en 1601 se cita el camino de La Ollería,  durante el ataque de Van der Does de 1599, en la zona de Tafira y del Monte Lentiscal.

En diversos documentos de compra-venta se cita la venta de un molino, denominado como “Molino de La Ollería”. Este molino se sitúa, según se especifica en los legajos, en “el barranco que viene de La Angostura”, “el barranco de Las Palmas”, “Tafira”, “el Puerto de Las Galgas” o “en El Dragonal”, zona que se ubica cerca del actual Jardín Canario, entre el Barranco del Guiniguada y El Dragonal (Quintana Andrés, 1998: 111). En esta área de El Dragonal se localizaban, además del citado molino (desde 1608 hasta 1663), una casa terrera (1618), una hacienda (1623) y una ermita bajo la advocación de San Juan (1663). Es curioso señalar que en El Dragonal, así como en sus proximidades (concretamente en La Angostura), se establecieron  una serie de esclavos, sobre todo negros, bien para cuidar las heredades, o bien para trabajar las tierras, que incluían “parral, huerta, arboleda y casas o cuevas en que vivir” (Lobo Cabrera, 1982: 62).

Guisando la loza (Fedac)
Es probable el padre y la madre de la niña bautizada decidiesen llevar a cabo el rito bautismal en la parroquia de Santa Brígida por ubicarse más próximo que la parroquia de San Lorenzo, o la del Sagrario en la capital, o la de San Juan de Telde. Es decir que residiesen en La Ollería de El Dragonal y no en La Atalaya de Santa Brígida.

Asimismo, Pedro Quintana sostiene que no había gente residiendo en La Atalaya, al menos entendido como un poblado con varias familias asentadas al mismo tiempo, hasta probablemente mediados o finales del siglo XVII. Antes, según este autor, en La Atalaya existía una vegetación exuberante conformada por monte de lentiscos y había una atalaya, o punto de observación y vigilancia para evitar los ataques piráticos. Los talayeros (encargado de la vigilancia) debían avisar con fogatas el avistamiento de barcos piratas, residían allí todo el día y su misión era otear el horizonte avisando de la cantidad de velas (navíos) que se veían. En ese sentido, en Gran Canaria existieron cuatro vigías contratados por el Cabildo o Concejo, durante el siglo XVI, uno en La Isleta, otro en La Atalaya de Guía, otro en La Atalaya de Santa Brígida y otro en el Sur, por la zona de Telde, según ha podido documentar el citado  Pedro Quintana Andrés.
Loza con diferentes diseños (Fedac)
Algunos apuntes que podrían confirmar el poblamiento relativamente tardío en La Atalaya son los hechos que los topónimos Atalaya, Lomo de la Atalaya y La Atalaya no son conocidos hasta 1550, 1588 y 1594, respectivamente (Ronquillo y Aznar, 1998. Socorro Santana, 2009), la presencia en esta zona del espeso monte de lentiscos, al menos hasta 1664 (Suárez Grimón, 1987, I: 250) y asimismo, las primeras compraventas de esta zona se producen entre 1670 y 1697. Por lo que es posible que no existiera ningún centro locero en La Atalaya, hasta comienzos o mediados del siglo XVII, o en todo caso hasta finales del siglo XVI.
 
Detalle de la leña (Fedac)
De la misma manera, sostiene ese autor (Quintana Andrés, 2008: 119) que es en el siglo XVIII cuando los núcleos trogloditas tradicionales de Gran Canaria presentan un crecimiento demográfico por parte de los grupos sociales más desfavorecidos (pobres de solemnidad, viudas, libertos, marginados, etc.), que se instalaron en terrenos marginales y en la periferia de los núcleos de población, destacando entre otros La Atalaya, Hoya de Pineda y El Lugarejo

En diversos documentos fechados en el siglo XVII (en especial entre 1663 y 1697), se describe que en La Atalaya existían un camino (denominado real), casas, cuevas, tierras labradas (viñedos), un zumacal (para curtir cueros) y una ermita bajo la advocación de San Bartolomé. Es curioso señalar que, entre los topónimos citados para esta zona en el siglo XVII, no se hace alusión a cuevas de olleros, ollería, etc., a pesar de los planteamientos del cronista oficial de La Atalaya de relacionar La Ollería de El Dragonal con La Atalaya.

Por otra parte, en las consultas realizadas en el archivo parroquial de Santa Brígida (depositado en el Archivo Histórico Diocesano de Las Palmas), se observa que en el  siglo XVIII, en la zona denominada actualmente como La Atalaya, se distinguían dos pagos definidos, el primero es el pago de La Atalaya y el segundo es el pago de Las Cuevas de Las Loceras (aunque aparece citado más veces como Las Cuevas), que  corresponde al núcleo habitacional excavado en cuevas.

Arte en su manos para urdir y alisar (Fedac)
Este topónimo de Las Cuevas desaparece casi por completo en la documentación consultada a partir del siglo XIX, donde toda esta área pasa a denominarse La Atalaya, topónimo que ha permanecido hasta la actualidad. A estos dos pagos (La Atalaya y Las Cuevas) se asociaría un tercer lugar denominado Las Mesas (documentado en el siglo XVII), que bien pudiera ser la parte alta, con menos pendiente, de La Atalaya del siglo XVIII.

El historiador Vicente Suárez Grimón ha documentado que en 1664 todavía en la zona de La Atalaya existía una vegetación muy espesa, tal y como se lee en una solicitud del escribano mayor del Cabildo, Diego Álvarez de Silva, que habían “dos fanegadas de tierras en La Atalaya que estaban llenas de monte de lentiscos muy espesos”, que para desmontarlas tenía gran trabajo (Suárez Grimón, 1987, I: 250).

Familia en casa-cueva (Fedac)
Las primeras noticias que hacen referencia a la actividad locera de La Atalaya, que nosotros sepamos, se localizan, según pudo documentar el citado Vicente Suárez Grimón (1987, I: 504), concretamente en la declaración del alguacil de Santa Brígida, fechada el 27 de marzo de 1724, sobre el tumulto que tuvo lugar en la Vega de Santa Brígida que conllevó entre otros la quema de una casa y que expresa: de los amotinados, sólo conoció a dos de ellos, Gregorio Suárez y el otro Pedro Francisco vecinos de las Cuevas de la Atalaia donde se hasía la lossa. En dicho documento se expresa que se hacía loza, es decir no era un hecho reciente, al menos debía haberse estando elaborando unos años atrás, si bien desconocemos cuántos exactamente.

Asimismo, a partir de 1752 se documenta, en una partida de matrimonio depositada en el archivo parroquial de Santa Brígida, el topónimo las Cuevas de las Loceras en La Atalaya. Este topónimo de sumo interés, plantea que en 1752 ya era un hecho constatado la presencia de la actividad alfarera en este pago, que eran las mujeres las que, sobre todo, ejercían y desarrollaban esta artesanía y que esta actividad se practica en cuevas, en un ambiente troglodítico ».

Arte en las manos (Detalle de Fedac)
Cuando el turismo de finales del siglo XIX y hasta la mitad del XX conoció de la loza canaria no tardaron las "talayeras" en enriquecer el catálogo de las piezas y el diseño de las mismas, incorporando otras como adornos para el hogar y dibujar sobre el primario alisado signos identitarios del turismo inglés que se interesó por su compra. Acreditaban la capacidad de adaptación para sobrevivir con la venta de su loza, que en el primer momento lo fue con el único fin como útiles de cocina, alcanzando con su justa medida en la mezcla de barro "bermegal" y la arena que las piezas resistieran al fuego de las cocinas cuando fueran utilizadas a la necesidad que cubrían. Incluso conocieron de las piezas prehistóricas expuestas en el Museo Canario, porque ello era un valor añadido, siempre con el pensamiento que su venta garantizaba su subsistencia. Pero alcanzaron un mayor esplendor etnográfico. La loza es todo un perfecto y bello arte popular, tanto en composición técnica como en diseño.

Localización (Espacios Naturales de Gran Canaria)



sábado, 30 de junio de 2012

LUCÍA DE TIRAJANA, SANTA

Topónimo moderno con el que se conoce al municipio situado a 51 kilómetros de la capital provincial e insular, en una altitud media de 680 metros sobre el nivel del mar, y de 61,56 kilómetros cuadrados de superficie que representa el 3,9% del total de la isla, ubicado entre Agüimes y San Bartolomé de Tirajana.

En los primeros tiempos tras la Conquista, el actual territorio municipal eran en parte tierras del Señorío de Agüimes, las comprendidas al norte del barranco de Balos donde acababa la Mitra, y por tanto bajo su jurisdicción. Las otras tierras al sur del barranco de Balos y las que daban a la Sierra fueron tierras de realengo, que bajo la jurisdicción de San Bartolomé de Tunte.
Panorámica (fotosdegrancanaria-com)
En los primeros repartimientos, Tomás Rodríguez de Palenzuela recibe las tierras y aguas de esta comarca por los servicios prestados a la Corona en la conquista de la isla. Las tierras recibidas, al igual que muchas tierras del sureste de la isla, se dedicaron, en un principio, al cultivo de los cañaverales de azúcar que una vez refinado su producto se destinaba casi en su totalidad a la exportación.

Para su refino se instaló un primer ingenio en el Lugarejo de Tirajana, en las proximidades del casco actual de la capital municipal que fue conocico en la antigüedad como «Ingenio Rojo de Tirajana», convirtiéndose en la actividad agrícola e industrial de esta comarca. Posteriormente este ingenio fue heredado por Lorenzo de Palenzuela quien lo trasladó a Los Llanos de Sardina.

Santa Lucía en 1905 (Rodríguez Ortega, F. - Fedac)
A pesar de que el azúcar tiene un papel preponderante, los cereales, como trigo, cebada y centeno, ocuparán un importante lugar en la economía del lugar entre los siglos XVI y el XVIII, pues era la base alimenticia de la sociedad del Antiguo Régimen.

Era por tanto una zona cerealera donde todos los propietarios de tierras destinaban parte de sus terrenos al cultivo de estos productos. Alternaban por tanto abundantes tierras plantadas de cañaverales con destino a su refino en los ingenios, y tierras cerealeras en las zonas más altas.

Cuando avanzado el siglo XVI el negocio del azúcar decayó, las tierras se destinaron al cultivo de la vid y, posiblemente desde esa fecha, fueron introducidos también los olivos actuales a los que estudios recientes destacan como especie autóctona y por tanto única en el mundo.

Molino de aceite (Bienmesabe-org)
Sus frutos «las aceitunas de Santa Lucía», muy renombrados en Canarias, según algunas fuentes pudieron tener su origen en los injertos entre el olivo mediterráneo importado y el olivo silvestre o acebuche.

El origen de El Lugarejo, y como muchos de los ayuntamientos de la isla, primero tuvo que ser parroquia para alcanzar la autonomía eclesiástica y, a partir de ella, la jurisdicción civil. Fueron sus vecinos los que pidieron ayuda al Cabildo Catedralicio, para que les pusiera clérigo que les dijera misa y administrara los sacramentos, petición que fue atendida con el siguiente acuerdo:

«Este dicho día, estando los muy Rvdos. y magníficos Señores en su lugar capitular ayuntados según lo han de uso e costumbre a saber el Sr. Deán, el Sr. Tesorero, e1 Sr. Maestrescuela, el Sr. Arcediano de Fuerteventura e los Señores Canónigos Pedro de Padilla, Bartolomé Carrillo, Pedro de Cervantes, Racioneros Fernando de Góngora, Francisco de Aguiar, este dicho día queriendo sus mercedes proveer acerca de una petición que se metió en Cabildo el viernes pasado que se contaron veintisiete días del mes de noviembre deste dich (o año), cual se metió por parte de los vecinos y estantes del término de Tirajana por la cual pedían a sus mercedes les proveyesen de clérigo en el dicho término e sus mercedes siendo informados de cuán justamente lo pedían ordenaron e mandaron que los dichos vecinos tomen el tal clerigo a su contento y que para ayuda de costa del dicho clerigo se le provea de ocho doblas a cuenta de hazimientos (e an) si (lo) mandaron sus mercedes (...) librados por sus tercios en cada un año y ha de comenzar a servir el tal clérigo desde primero día del mes de enero del año que viene de mil e quinientos e treinta e cinco años» (CAZORLA LEÓN, S.: Historia de la Catedral de Canarias, Las Palmas de GC, 1992).

Caserío (fotosdegrancanaria-com)
Las primeras referencias documentales que nos describen el territorio, mencionando El Lugarejo y el barranquillo de Santa Lucía, del que nacerá la advocación y cambio del nombre del lugar lo encontramos en la petición de data que hace Pedro Mendoza el 19 de diciembre de 1554 donde dice:

«... un pedaço de tierra que es en el termino de Tirahana en que podra aber  quarenta hanegadas de tierra de probecho poco mas o menos que son desde el barranquillo de la Fortalesa del Lugarejo el barranquillo abajo hasta la açequia e canales por donde pasa el agua del dicho Lugarejo e de ay adelante a dar a la Hoya que dizen de la Sebada e serca della e deay por debaxo de la dicha çerca cortando por el canto de abajo de la dicha çerca a dar al barranquillo que dizen de Santa Luzia e Higueral e alindan las dichas tierras por la banda de arriba con los Riscos de las bueltas biejas e de Temysas e por el lado de arriba con el barranquyllo de la dicha Fortalesa e por la parte de abajo con tierras e çercado suyo, las quales dichas tierras son demasyas de las que yo tengo e poseo e para otr persona alguno no aprobechan por ser en la parte que digo e no an sydo aprobechadas de persona alguna e estan montuosas e de muchos pedregales» (RONQUILLO, M. Y AZNAR VALLEJO, E.: Repartimientos de Gran Canaria, Las Palmas de GC, 1998).


El topónimo primigenio de El Lugarejo de Tirajana perdurá hasta muy avanzado el siglo XVIII, como se puede apreciar en  distintos documentos públicos. El 2 de octubre de 1702 las hermanas Catalina Martín Sardina y Felipa Santiago Sardina, describen sus bienes vinculados con reseñas como «Cercado de tierra calma, higueral y diferentes árboles en el Laurel del Lugarejo» de 3 fanegas,  «Suerte de tierra de "secano" en las Montañetas del Lugarejo» de 6 fanegas, «Cercado de tierra calma con  árboles en Lugarejo denominado de los Alamos con el agua de dos fuentes que nacen en él» de 3 fanegas y « Casas de alto y bajo, gañanía y cocina en Lugarejo».

No se ha podido precisar en que momento decae el viejo topónimo y nace el nuevo vinculado a la advocación de la antigua ermita a santa Lucía. La leyenda de los lugareños, contada por los mayores de los años cuarenta del pasado siglo, dice que una mañana de primavera unos sencillos pastores se encontraron de improviso con la imagen de la santa en un lugar conocido por el Río, entre el Puente y la Longuera, junto a una charca de limos, juncos y cañaverales, y debajo de una gran peña que aún hoy se señala. Los sorprendidos pastores llenos de misterio y respeto, no se atrevieron a tocarla, pero avisaron a los vecinos más próximos que encontraron.

Ortofoto de localización de El Río (IDE Gran Canaria)

Cuentan también que intentaron llevarla a San Bartolomé de Tunte para depositarla en su templo, pero fue imposible dado que se les hacía extraordinariamente pesada. Solo cuando caminaban hacia el Lugarejo se aligeraba su peso.

Y allí se detuvieron y le construyeron ermita, que pronto se convirtió en el lugar de devoción de todos los que vivían en sus alrededores. Esta imagen de santa Lucía se encuentra todavía en el pago de Lugarejo en un hermoso templo.

La leyenda que se cuenta habrá que situarla a finales del siglo XVIII o principios del XIX, para que la creación de la parroquia y el municipio llevan ya el hagio-topónimo de la advocación de la santa.

Después de este contado acontecimiento es cuando el lugar se configura como parroquia en torno a la antigua ermita de El Lugarejo, convertida en parroquia en 1814 a solicitud del síndico Cristóbal Navarro que en nombre de los vecinos lo solicita al Obispo el 8 de mayo de 1813, y aproximadamente dos años después, en 1815, se constituyó el municipio de Santa Lucía de Tirajana, siendo su primer alcalde el nombrado Cristóbal Navarro.

Era (Fedac)

Extinguido el Señorío de Agüimes por las leyes de desamortización, sumará los pagos de Sardina, Vecindario y El Doctoral en la zona baja a los pagos de montaña, y a partir de 1816 distintos documentos públicos hacen referencia a varios lugares como pertenecientes a la jurisdicción de Sta. Lucía.

En 1819 ya hay certeza documental de la existencia de un alcalde, cuando José de León vecino de Agüimes concede poder para reclamar al Alcalde Real del lugar de Sta. Lucía de Tirajana por haber ordenado derribar unas cercas.

Localización (Espacios Naturales de Gran Canaria)


jueves, 21 de junio de 2012

JUAN GRANDE (SAN BARTOLOMÉ DE TIRAJANA)

Actualización 18-abr-2016
Topónimo correspondiente a un pequeño y antiguo caserío situado al naciente de Aldea Blanca y El Doctoral y al poniente del Castillo del Romeral.

Tratándose de una antro-topónimo, la primera referencia documental de un posible propietario o usufructuario de estas tierras a las que da nombre, aparece en un documento de venta que en 1568 realiza el matrimonio compuesto por Hernando Alonso y María de Salazar a Alonso de Ortiz, vecinos todos de la villa de Agüimes, donde enajenan unas tierras de sequero de "pan sembrar" que:

«… lindan por la parte de arriba por la cabezada con tierras de Andrés Hernández y Juan Grande, y por la banda de abajo con el Barranquillo de las Cuevas de la Paja de la dicha Vega Castaña y por un lado tierras de Bartolomé de Tovilleja y por el otro lado el barranquillo que viene de la Atalaya que linda con tierras del Lomo de Juan de Ávila…».
Aventando grano (1940 Naranjo Suárez -Fedac)
En la antigüedad la expresión de arriba hace referencia a la parte trasera desde el acceso de la misma como referencia, que en este caso es Agüimes, señorío que antiguamente tenía una gran superficie y acababa donde empezaban las tierras de realengo, probablemente en el cauce del Barranco de Tirajana. En todo caso aunque parece que las tierras descritas están más próximas a Agüimes, lo que sí queda acreditado es la existencia de un propietario de tierras llamado Juan Grande. Conozcamos algo más del natural de la isla llamado Juan Grande.

«Las actividades ganaderas y apícolas requerían una mayor movilidad en el territorio, movilidad que dificultaba el asentamiento de los naturales en los lugares donde se desarrolló el poblamiento europeo, condicionando por tanto las líneas del mestizaje, principalmente en el caso de los hombres. Fueron casos como los de Alonso de Ávila ó de Juan Grande.

Ambos disponían de tierras colindantes en el barranco de Guayadeque en lo que, sin duda es otro ejemplo de continuidad temporal en el uso de instalaciones indígenas, por parte de los naturales tras la conquista. Alonso de Ávila tenía su majada junto al Lomo de los Caballos, en la vertiente norte de dicho barranco. En la sur, frente a la majada de Alonso tenía Juan Grande sus corrales y majadas, bajo el lugar aún hoy denominado Casa de Pastores; hacia el interior del barranco disponía también Juan de su asiento de colmenas, en la vertiente de dicho nombre, frente al Lomo de los Guaniles.

… el paso por las escribanías se realizaba forzado por problemas familiares con la justicia, para prestar favor solidario a otros connaturales declarando a su favor, a requerimiento de algún vecino para deslinde de tierras y para solicitar al Cabildo repartimiento de asientos de colmenas, cuevas y majadas. Este era el comportamiento de Juan Grande y su familia ante las instituciones de la nueva sociedad.

Antiguas viviendas del barrio (Google Earth)
Hijo de naturales de la isla, Juan había nacido en 1499, más de 15 años después de finalizada la conquista; su vida transcurrió entre los barrancos y los llanos del sudeste de Gran Canaria ganando su sustento y el de su familia con la explotación de ganados de cabras. El ámbito territorial en que desarrollaba sus actividades no se circunscribió a las tierras que recibió en repartimiento en el barranco de Guayadeque; desde allí pastoreaba sus rebaños por las tierras de Arinaga, Llanos del Polvo, Sardina, el barranco de Tirajana y los “Llanos de Juan Grande” –cuyo nombre recibe dicho término debido a que fue él quien lo amojonó y cercó-, y extendiendo su actividad pastoril hasta la Charca de Maspalomas, lugar en que los pastores llevaban a abrevar sus ganados y castraban las abejeras salvajes del lugar.

En 1550, al incrementarse la presión colonizadora sobre el territorio y temerosos de perder la propiedad los nietos de Juan Adobar –Luis Bristol y Diego Ramírez- solicitaron al Cabildo que la confirmase pues en el tiempo de la pestilencia se quemaron muchos papeles y ropas y el escribano no encontraba el albalá. En el expediente de confirmación del repartimiento intervino Juan Grande quien declaró favorablemente a los intereses de Bristol y Ramírez; no en vano Juan Grande frecuentaba el barranco de Tirajana pues Amurga era una de las zonas donde se realizaban las apañadas del ganado de suelta (BETANCOR QUINTANA, G.: Los indígenas en la formación de la moderna sociedad canaria. Integración y aculturación de canarios, gomeros y guanches, 1496-1525. Tesis doctoral inédita. ULPGC, 2003).

También hay que conocer que estas tierras eran de realengo, y por tanto quien aquí las aprovechara lo haría como para pastos o en último caso como usurpador, nombre que entonces se le daba a los que roturaban las tierras de realengo o concejiles. También pudo tratarse de un colono estante en el lugar.

Casa Condal (1940 Naranjo Suárez -Fedac)
El Mayorazgo de Francisco Amoreto Manrique, Capitán, Regidor Perpetuo y Familiar del Santo Oficio, fundado el 17 de marzo de 1669, al que los distintos sucesores realizaron distintas agregaciones de bienes y además el título de Conde de Vega Grande de Guadalupe, tenía en este lugar tres mil doscientas catorce fanegas de:

«… terrenos labradíos, “arrifes” montañosos y de pastos de ganado que comprenden la Hacienda de la Vega Grande de Guadalupe denominada de “Juan Grande”, con casas de habitación de los dueños y sus accesorios, la iglesia de Ntra. Sra. de Guadalupe, sesenta y nueve casas para habitación de los colonos, graneros, pajares, almacenes y estanque» y también «Toda el agua que forma el Heredamiento de Aldea Blanca de treinta días con sus noches para el riego de la Hacienda anterior».

Este lugar y sus contornos también fue conocido en la antigüedad con el nombre de Salinas por el gran número de ellas que había en sus playas. Está documentado cuando el 29 de julio de 1693 el Vicario General del Obispado, al autorizar el nombramiento del cura que debía hacer la fiesta de la ermita que, bajo la advocación de Nuestra Señora de Guadalupe, había fabricado el Maestro de Campo Alexandro Amoreto, dice «… ermita que había fabricado en Las Salinas…», de donde se desprende que era la única ermita existente en todo el contorno.

Acequia y ermita (1940 Naranjo Suárez -Fedac)
El 10 de julio de 1700 Alexandro Amoreto al otorgar escritura de poder a su hijo Francisco, llama a este lugar bajo la advocación que preside su titulo cuando dice «… en el Valle de Guadalupe, jurisdicción de Tirajana…». Años después en 1718, su hijo Francisco al mencionar la fundación del Mayorazgo de su padre que se había realizado en 1669 como ya se ha dicho, reitera nuevamente el topónimo de las Salinas cuando refiere la obligación de los herederos de tener reparada la «ermita de Nuestra Señora de Guadalupe, sita en el pago de las Salinas...».

Habrá de entenderse que el topónimo Salinas se debería al gran negocio que comportaban y a que estaban en la costa, algo distanciada de este lugar y, sin duda, las tierras del interior, concretamente lo que se conocían por los lugareños como Juan Grande, que eran las tierras de cultivo propiedad del mayorazgo en las que los únicos asentamientos existentes eran en las casas de colonos, propiedad también del mayorazgo, no parece agradar que se las conozca con lo que puede ser el nombre de un colono o usurpador, pues son reiteradas los documentos en que se utilizan distintos nombres para ese lugar, más aún cuando se estaba planteando un pleito de los Vecinos de Agüimes que desencadenaría el conocido como Motín de Agüimes.

Granero (Fedac)
La ambigüedad en la utilización de ambos términos puede tener su explicación. En los documentos públicos de los escribanos que toman referencias identitarias de los lugares, la expresión utilizada es "Juan Grande" y la que figura en otro tipo de documentos y correspondencia es "Salinas", posiblemente por defensa jurídica o en el mejor de los casos, porque la cantidad de los beneficios de las salinas superaba los agrícolas.


Perdura en los años esta regla en la utilización de los términos, y así se documenta cuando el obispo Delgado y Venegas el 17 de marzo de 1764 le recuerda a su Cabildo que Fernando del Castillo había hecho otra iglesia igual o mayor a la de Jinámar en el pago de de las Salinas, expresiones ambas oficiosas por imprecisas, pues no fue Fernando del Castillo quien construyó la ermita, ni las Salinas son el lugar donde se construyó.

Horno (Fedac)
Era consecuencia de la principal actividad económica de su entorno, la producción de sal en las salinas, construidas en el siglo XVII y que a fines del siglo XIX producían la mayor parte de la sal que se consumía en la isla y que precisaban los barcos pesqueros que recalaban por la costa cercana para seguir hacia el caladero de África.

Sí son totalmente claras las referencias cartográficas de la época. El histórico puerto o Caleta de Juan Grande se sitúa entre la Punta de Barco Quebrado al nordeste y la Puntilla de la Caleta al suroeste, en un espacio con continuas playas entre la Puntilla de Vicente Díaz y la Punta del Tarajalillo, junto a la desembocadura del barranco de Juan Grande o de Tirajana.

En este puerto son mencionados como fondeaderos las playas del Barco Quebrado, la Playa del Castillo de Santa Cruz del Romeral, la Playa de la Caleta y la Playa de las Salinas de Abajo, actual Playa Corral Espino, que contaban con agua y profundidad suficiente para fondear.

Detalle mapa costero (historiacastilloromeral-blogspot)
Desde principios del siglo XVIII el topónimo de Juan Grande está consolidado en los registros y es probable que coincida con quien roturó aquel cercado, a quien nos hemos referido al principio, pues a pesar de los intentos de modificar el topónimo, así se describió en la escritura de fundación del mayorazgo de los Amoreto de 1696 cuando se dijo «… llamado de Juan Grande, que serán cuatro fanegas de tierra…».


En un plano de 1787 realizado en tiempos del cuarto alcaide del Castillo del Romeral, José de la Rocha Bethencourt, se indica que el poblado estaba situado a la derecha del camino que iba para el sur. Hoy ese camino pasa por el centro del caserío, quedando a su izquierda la ermita de Nuestra Señora de Guadalupe y la casa solariega de los Amoreto, con sus graneros, árboles frutales y olivos; y, a su derecha, las viviendas de empleados y medianeros, pequeñas casas típicamente canarias, techadas a dos aguas y algunas de ellas con sus hornos externos, que solo usaban algunos días del año para cocer los panes que conservaban mucho tiempo en bizcocho.

Interior ermita (Finca Condal)
Ya es conocido que la historia del caserío está vinculada a la hacienda condal que data del siglo XVII y estuvo dedicada a las explotaciones agrarias de millo, caña de azúcar y tomates.

Fue la residencia solariega del Conde de la Vega Grande y junto con la Fortaleza de Santa Cruz, uno de los más importantes lugares del sur de la isla durante siglos.

Entre los hechos más destacados que sucedieron junto a sus muros destacan los del aludido Motín de Agüimes de 1719, y de su historia y desenlace surgieron los topónimos de Vecindario y El Doctoral.

El conjunto arquitectónico está disperso en torno a un gran espacio ajardinado con palmeras y olivos centenarios, guardando cierta similitud con los cortijos andaluces. Entre las piezas con valor histórico-artístico de su ermita destacan el retablo mayor y dos retablos menores al óleo sobre madera, atribuidos al pintor barroco canario Juan de Miranda (1723-1805), que fueron adquiridos por el heredero del cortijo, Fernando del Castillo, en fechas próximas al año 1749.

Uno de los retablos es un tríptico con las imágenes de Santo Domingo en el centro, flanqueado por  Santa Catalina y Santa Lucía, a derecha e izquierda. El otro situado enfrente es un díptico también de madera cromada, con las imágenes de San Andrés y San Francisco de Asís. Durante la restauración de la ermita, estas dos tablas fueron retiradas para su pegado y consolidación debido al pésimo estado que presentaban. Según se ha informado María del Carmen del Castillo, hermana del heredero del Condado, llevó a cabo los trabajos en su propio taller.


Localización (Espacios Naturales de Gran Canaria)