miércoles, 11 de abril de 2012

AUDIENCIA, LA (AGÜIMES)

Actualización: 2013/02/01
Se encuadra en un poblado arqueológico situado muy cerca de Temisas, también llamado de Risco Pintado, de cuevas labradas artificialmente empleadas para distintas funciones: dormitorio, cocina, silos, granero, hornos, tagoror, etc. El topónimo responde a la denominación popular dada a la estructura de piedras localizadas en la base del Risco Pintado que algunos autores consideran que es un tagoror.

Vista de Temisas (Romero Caballero, J.)
Están muy estudiadas las hipótesis que el tagoror era un lugar de reunión de los aborígenes canarios donde los ancianos sabios y jefes de la tribu se convocaban para tomar decisiones que les afectaban, con el objeto de impartir justicia sobre las cuestiones que se planteaban, en cuyo espacio se daba audiencia a las distintas partes para exponer sus opiniones a favor y en contra que una vez oídas daban lugar al debate y resolución.

La estructura de piedras tiene unas dimensiones son  de 5,60 por 3,60 metros, conformando un recinto ovoide con cuatro gradas arqueadas, que se asemeja al modelo de tagoror existentes en otros lugares de la isla.

El conjunto de cuevas son artificiales labradas en la toba, aunque también se aprovechan algunas cavidades naturales que son retocadas, de diversos tamaños y morfologías que incluyen graneros -como las Cuevas del Pósito- y hornos. Uno de los hallazgos más significativos de los localizados en estas cuevas es la gran abundancia de tejidos elaborados sobre fibras vegetales.

Se trata de un poblado de cuevas, con una complejidad semejante a la de otros conjuntos, localizándose cuevas de diversos tamaños y morfologías, a las que, pueden atribuirse diferentes funciones (dormitorio, cocina, etc.).

Cuevas del Pósito (Fedac)
Además de las cavidades hay otros elementos que articulan el espacio como pasos, escaleras, túneles, etc. y constituyen también obras artificiales. En la función doméstica de algunos espacios se encuentran alacenas, hornacinas, silos, etc., estimándose que algunas cavidades han sido consideradas como zonas de trabajo especializado, especialmente la posible existencia de un taller dedicado a las manufacturas de las fibras vegetales, precisamente por la importante cantidad de vestigios confeccionados con esta materia prima y los útiles necesarios para tales tareas.

El espacio dedicado al almacenaje, conocido con ese castellano arcaico de Cuevas del Pósito ya referido, pone de relevancia el cuidado que caracteriza la ejecución de los espacios para garantizar la conservación y seguridad de los productos que allí se guardarían destinados al consumo humano.

A la construcción en piedra de la que se entiende es un horno alfarero, el único superviviente de una serie que quedó destruido con la construcción de la carretera en 1939, se le asocia una ingente cantidad de fragmentos cerámicos y cenizas.

Por último, están el número elevado de cuevas naturales y artificiales destinadas al enterramiento de carácter colectivo que se encuentra en el extremo sur del poblado y que fueron inténsamente expoliadas a principios del siglo XX. Fueron catalogadas arqueológicamente en la primera investigación como Cuevas de la Desarrapada, topónimo que fue dado erróneamente en posteriores inventarios a otros conjuntos. Este lugar también es conocido con el topónimo de La Caldereta.

El conjunto arquitectónico ha proporcionado abundante material arqueológico, gran parte depositado en el Museo Canario, y su estado de conservación es regular con un grado de fragilidad alto por la proximidad de los núcleos de población y carreteras, siendo de notable interés científico patrimonial.

El amplio pasillo que en la actualidad constituye el acceso más fácil para las Cuevas del Pósito es una apertura reciente. La zona de entrada originaria es posible observarla en la segunda oquedad descrita, correspondiendo a un estrecho paso con escalones labrados.


Vestigios de las nuevas cuevas (EFE)
Muy cerca de este lugar, en los últimos meses de 2012 cuando se realizaban obras de acondicionamiento de la carretera de acceso a Temisas, bajo los riscos se han descubierto nuevas cuevas que quedaron selladas por antiguo desprendimiento de rocas, por lo que han permanecido prácticamente en su estado primitivo. En su interior se han encontrado muelas de moler, morteros de piedra, útiles de madera y fragmentos de esteras vegetales, acompañados por restos de trigo y cebada.

En los análisis microscópicos de los granos y las espigas recuperadas en estas cuevas se ha observado que presentan marcas de corte con útiles de piedra, lo que permite argumentar que se trata del espacio donde los aborígenes procesaban el cereal antes de su depósito en los silos que pudieran estar situados en otros niveles superiores, o en las mencionadas Cuevas del Pósito.


Localización (Espacios Naturales Gran Canaria)

ATALAYA, LA (SANTA MARÍA DE GUÍA)

Actualización 28-mar-2016
Está situada en la vertiente costera del municipio, lindando con el municipio de Gáldar, a las faldas de la montaña Ajódar, popularmente conocida como Montaña de La Atalaya.

 El origen del topónimo se debe «... atalaya o el atalayero venía a ser una persona despierta, responsable y honesta, es decir un hombre apercibido y de mucha confianza, para evitar ser sobornado, y su función era vigilar la llegada de algún barco enemigo, para lo cual producía humo quemando leña seca o húmeda, según fuera de día o de noche, en el lugar donde estuviera apostado, y luego se acercaba a la población más cercana para comunicar el peligro» (LOBO CABRERA, M.: "Atalayas en Gran Canaria en el siglo XVI", El Museo Canario, nº 69, 2005).


Iglesia 1950 (Rivero Fedac)
La misma fuente nos aporta información sobre el atalayero contratado en los primeros tiempos y su misión: «...en 1587, se contrata los servicios de otra persona con el mismo cometido para que se apostara en la montaña de Gáldar. Así el vecino de Guía Juan Bautista de Sobranis, y el capitán del lugar Melchor de Aguilar, por aviso que habían recibido del capitán de la isla, Alvaro de Acosta, de la posibilidad de la llegada de corsarios enemigos y en especial de Morato Arráez, se les encomienda que conforme a la costumbre de la isla pongan una persona de confianza por atalaya y guarda en la montaña de Gáldar, junto a la villa de Guía, para que asistiera al lugar tanto de noche como de día, con el objetivo de estar atento a las señas que diera el atalaya de las Isletas, de tal manera que en cuanto las viera respondiese con su farol y humos para que los vecinos de las villas de Guía y Gáldar acudieran con sus armas y caballos a la ciudad para ponerse a las ordenes del capitán general de la isla.

Por estas razones ambos vecinos contratan los servicios del vecino de Guía Melchor Alonso, para que sirviera de guarda y atalaya, estando aposentado en su sitio teniendo tea y leña en el lugar para responder a los avisos y a las señales que se hicieran desde las Isletas».


Iglesia (guia-doramas-blogspot)
Ya en esos tiempos se podía constatar la dualidad "de la montaña de Gáldar, junto a la villa de Guía" que generó a lo largo de los siglos numerosos pleitos jurisdiccionales, que se trasladaron incluso a la Caleta de Arriba o de Soria, alargados posiblemente por la titularidad de las tierras que se mantuvieron como baldíos del Cabildo General.

Partiendo del uso como baldíos de los terrenos del pico, el inicio del asentamiento tuvo lugar por el proceso de ventas de terrenos del estado que se llevó a cabo con la desamortización de Mendizábal en 1836. No obstante, hubo propiedades privadas próximas a la misma, que la utilizaban como referente en los documentos. Antón Zerpa Padilla, Regidor Perpetuo y Escribano de Indias, en su testamento de 10 de septiembre de 1562, ya decía tener 21 fanegas y 4 celemines de «Terrenos para pastos en la Atalaya», y el Coronel del Regimiento de Milicias Provinciales de Guía, Cristóbal Benítez Rojas, en su testamento de 8 de enero de 1780, al mencionar la propiedad que había comprado de 3 fanegas y 4 celemines dice «Cercado en la falda de la Atalaya (Tarazona) con 2 días y 2 noches de agua del Heredamiento del Palmital».


Detalle vista desde el Pico 1950 (Fedac)
En 1838, el Ayuntamiento de Guía le hizo una venta de 50 fanegas de tierras de arrifes, a censo reservativo, a Felipe Valdés Merino, y este lo dedicaría a cultivo de cochinilla, que era el cultivo que en aquellos años comenzaba a dar ganancias económicas. Según la documentación, además de la cochinilla, el cultivo que servía como elemento de subsistencia en aquellos momentos era el millo. Consta también el dato de la existencia de un establecimiento en el que había un horno para la transformación de la cochinilla.

Aparece mencionado en el Diccionario Geográfico Estadístico editado por Pedro de Olive en 1865, en el que se lo describe como caserío situado en terrenos de Guía que lo componen once edificaciones de un piso y seis chozas habitadas.

Vista (A.VV. La Piconera)
La descripción realizada por la británica Olivia M. Stone en su visita a Gran Canaria (1885) refleja lo siguiente: «… Es el elemento más llamativo del paisaje y es difícil poder fijar la vista en otra cosa. A sus pies se extienden verdes campos y el mar azul conforma el telón de fondo. En el extremo izquierdo y detrás de nosotros se encuentra otra montaña, una de cuyas faldas baja hacia el mar. La llanura está muy cultivada con cactus de cochinilla, maíz y caña de azúcar, y salpicada con palmeras que parecen centinelas...».

En una certificación del Ayuntamiento el 12 de abril de 1907, se manifiesta el origen del asentamiento diciendo que los terrenos «… los venía poseyendo desde tiempo inmemorial, creyéndose que en virtud de Reales cédulas y Provisiones antiguas se destinaran los terrenos que constituyen esta finca y otros para pasto común y se repartieron los restantes entre los avecindados en esta isla algunos años después de su conquista, sin que estén destinados a ningún servicio público existiendo en una parte de esta finca varias casas y cuevas fabricadas para viviendas de particulares...».

Descamisada en la finca Juanito "El Tomasito" 1970 (Fedac)
La tremenda realidad de este barrio es que aquellas casas construidas a finales del s. XIX y principios del XX que no realizaron el asiento registral de la titularidad, comportan la resolución de expedientes de dominios, en los que se ve incurso el Ayuntamiento, que tendrá que resolver, como mejor pueda, si existen antecedentes en los archivos municipales.

Sin duda, aparte de las numerosas explotaciones agrícolas, la economía complementaria a mitad del siglo XX será el eje del progreso del asentamiento. Los cultivos de cochinilla que aguantan en pequeña escala en las fincas, la pesca en Roque Prieto, el cultivo del millo y otros productos en las huertas familiares, y las dos cabras en la parte de atrás de la casa, permitieron el acceso de sus habitantes a la propiedad del suelo en documentos públicos no registrados por la problemática derivada de la titularidad pública en su día.

Localización (IDEE Instituto Geográfico Nacional)

ATALAYA, LA (SANTA BRÍGIDA)

Actualización 28-mar-2016
Recibe este nombre por su ubicación en un promontorio que domina el barranco de Las Goteras, antes conocido por barranco del Gamonal, antiguo lugar de vigilancia y defensa. Fue un antiguo poblado aborigen de cuevas, con casas excavadas en la roca de donde recibe su calificación como habitat troglodita, que aún algunas continúan habitadas.

Loceras en 1890 (Pérez Ojeda L Fedac)
Sus casas-cueva llevan protegiendo a los "talayeros" -como los lugareños quieren que les llamen- de las inclemencias del tiempo desde antes de 1483, fecha en la que finalizó la conquista de Gran Canaria, siendo uno de los poblados trogloditas más singulares del Archipiélago, del que constan muchas referencias retrospectivas fotográficas, así como relatos de viajeros famosos. Como en todos los poblados "del tiempo de los canarios", la confección y "guisado" de la cerámica aborigen sería una de las tantas labores habituales de sus ocupantes, pero no se tiene constancia que fuera una labor que sobresaliera entre las otras en este lugar.  

La casa cueva o vivienda troglodita fue una de las primeras construcciones populares usadas con especial incidencia en el agro canario. El empleo como hábitat de la cueva natural y artificial, además de la reutilización de las dejadas por los aborígenes, se ha prolongado durante siglos debido a sus condiciones térmicas, amplitud de espacio, escaso valor económico y, en algunos casos, la marginación social de sus grupos de moradores.


Panorámica 1890 (Pérez Ojeda, L Fedac)
Hasta el siglo XIX, en la isla el hábitat troglodita llegó a ser la residencia de aproximadamente un diez por ciento de su población. Además de La Atalaya, destacan los agrupamientos de casas-cuevas en Artenara, Tara, Acusa, Cendro y Barranco Hondo.

Del topónimo ya se tienen noticias en los repartimientos, y así es mencionado por Bartolome Hernandez cuando el 17 de octubre de 1550 decía: «... que puede aver quatro o çinco años poco mas o menos que yo ove pedido a vuestas señorias un pedaço de tierras que son detras del lomo del Gamonal a un lado del Atalaya e lindan la parte de arriba con tierras de Ysabel Salvago e por otra parte con tierras que fueron de Juan Baxo e del otro lado tierras de Juan Martin del Castañal e por la parte de abaxo tierras de Alonso Suarez que podra aver treynta o quarenta hanegadas de tierras ...» (RONQUILLO, M. Y AZNAR VALLEJO, E.: Repartimientos de Gran Canaria, Las Palmas de GC, 1998).

Atalaya y el Monte 1925 (Hermann K. Fedac)
En los primeros tiempos, el topónimo se extendía prácticamente dentro del ámbito del Monte Lentiscal, con su típica vegetación de entonces, como puede apreciarse en la descripción de las propiedades que el Cabildo, el 21 de noviembre de 1664, cede a Diego Álvarez de Silva, escribano mayor del mismo Cabildo «… dos fanegas de tierras en la Atalaya que estavan llenas de monte de lentiscos mui espesos…», en 12 reales y medio de tributo perpetuo, advirtiendo que para desmontarlas tendría gran trabajo.

Pero fue la actividad locera, poco significativa e incipiente desde finales del siglo XVII y el XVIII, alcanzó un crecimiento notable y progresivo en los siguientes siglos, la que dio a conocer a esta población en toda la isla. Era desarrollada casi en exclusiva por mujeres, pues los hombres trabajaban en las tierras y ayudaban para el acarreo de la leña y el barro, y otros trabajos pesados. De aquí, la artesanía locera se llevó a otros puntos de la geografía insular, en períodos de crisis económica que obligaban a migrar; y, así, se establecieron los primeros alfares en Hoya de PinedaLugarejosMoyaTunte, etc.


Horno y cerámica 1925 (Maisch T Fedac)
Según referencias del s. XIX, eran más de doscientas familias las dedicadas a esta tradición artesanal, al oficio de la alfarería. La primera referencia escrita del pago de la Atalaya, que se difunde en la prensa científica, de cuantas tengamos noticia es la escueta descripción que publica el conde de Poudenx en 1819.

Aquí se confeccionaba la loza con una técnica manual, sin torno, con el levantamiento de las piezas por el procedimiento del urdido, consistente en el continuado añadido del churro o cordones de barro bermegal mezclado con arena, desde el fondo de la pieza hasta su boca, para luego alisar y pulir con pequeñas piedras lisas.

Panchito 1950 (Fedac)
Como en toda la alfarería insular, el "guisado" o cocción se hacía en diferentes hornos, en mayor medida mono-cámaras, como el restaurado junto al alfar de Panchito, Francisco Rodríguez Santana, alfar que se ha convertido hoy en un eco-museo, la denominada Casa Alfar Panchito, donde, además, para la conservación y divulgación de este ancestral oficio canario que algunos investigadores sostienen fue traído por los portugueses, se han creado el Centro Locero de La Atalaya y la Asociación de Profesionales de la Loza de La Atalaya.

Un importante testimonio con la descripción del proceso de confección de la loza nos dejó la ilustre viajera británica  de finales del XIX: «… Sentada sobre el suelo con las piernas cruzadas, en el centro de la cueva, había una anciana. Delante tenía una piedra lisa, de alrededor de un pie y medio cuadrado, a un lado,  una masa informe gris y al otro, un cuenco de barro lleno de agua. La forma regular de las diversas vasijas, braseros y otros artículos de alfarería nos habían hecho suponer, aunque erróneamente, que habían sido hechos con un torno.

Olivia M. Stone
[…] Tomando un trozo de arcilla y humedeciéndolo, rápidamente lo amasó con las manos formando una bola y después, colocándola sobre la piedra, la extendió, presionándola, hasta darle forma de cuenco, haciéndola girar continuamente para mantener la forma circular. Después tomó un pequeño pedazo de arcilla y dándole forma oblonga, la enrolló por todo el borde del cuenco, aumentando así su altura. Este proceso se repitió una y otra vez hasta que la vasija era lo bastante grande, manteniendo la mano izquierda siempre dentro de ella para poder hacerla girar, y, cuando sentía que no tenía suficiente grosor en algún sitio, le añadía arcilla. Una sección que estaba doblada hacia afuera en la parte superior gradualmente tomó la forma del pico.

[…] Una vez que la vasija gris estuvo terminada la pusieron al sol a secar. Cuando están lo suficientemente duras, trazan rayas por afuera con una piedra lisa y oblonga. […] Es curioso observar que se han encontrado rayas exactamente iguales en las vasijas de los guanches, quienes sin duda hacían su alfarería de forma parecida. […] Los hornos son circulares, construidos con piedras y con los huecos entre ellas rellenados con barro, muy parecidos, aunque mayores, a los hornos de pan que se utilizan en todas las islas.

[…] En el horno colocan grandes piedras redondas que se usan para levantar por un lado las vasijas y los diferentes artículos para que el calor pueda alcanzar toda la superficie al mismo tiempo. El calor de estos hornos es enorme y no se puede uno acercar a menos de una yarda, más o menos, de las bocas, sin quemarse. Por lo tanto, cuando hay que mover las piezas, utilizan dos varas largas de pino para cambiar de sitio las piezas calientes en el horno y para sostenerlas. […]  Cuando las piezas están listas para vender, las mujeres llevan sobre sus cabezas grandes cestas llenas de cántaro, braseros y vasijas para tostar gofio y café, hasta Las Palmas, a unas cinco millas de distancia » STONE, OLIVIA: Tenerife y sus seis satélites, 1887 (Traducción de Juan Amador Bedford).

Familias de loceros 1895 (Fedac)
El tamaño del lugar de La Atalaya como topónimo iba mucho más allá de lo que era el asentamiento troglodita y la cultura del barro, dejando muchas señas documentales en las testamentarías de la alta sociedad de entonces, que atestiguan su notable importancia siglos atrás y la de sus propiedades en el Lomo de La Atalaya. Una relación cronológica extensa, para entender su dimensión, sería esta:
Hornos y casas cuevas
1890 (Fedac)

  • Miguel Calderín Casares, Licenciado y Racionero de la Catedral, el 4 de abril de 1696 con una hacienda de 16 fanegas de “secano” denominada “Murcia” con sus casas y bodega; 
  • Miguel Baez Marichal, Licenciado y cura del Sagrario de la Catedral, el 14 de marzo de 1720 con una hacienda de de 27 fanegas de viña con casas, además de la ermita antes nombrada;
  • Juan Barreda Padrón, Chantre de la Catedral y Juez Apostólico del Tribunal de la Sta. Cruzada y Examinador Sinodal, el 21de julio de 1745 con una hacienda de 50 fanegas de viñas y árboles frutales con sus casas y ermita en la Majadilla de la Atalaya;
  • Mª Inés Ramos Collado, viuda del Capitán Pedro J. Bravo, el 4 de septiembre de 1751 con una hacienda de viña con casas y lagar, cercado de tierra de “pan sembrar” y Suerte de viña; 
  • Diego Álvarez Silva, Licenciado y Prebendado de la Catedral, el 22 de junio de 1771 con una hacienda de 19 fanegas de viña y frutales, con casa, lagar y caldera de destilar;
  • Pedro Bravo de Laguna Bandama, Regidor Perpetuo, el 10 de marzo de 1776 con una hacienda de viña dividida en dos suertes, El Mocanero y el Macho Viejo, con su casa, bodega y lagar;
  • y Bartolomé Bravo Laguna, Castellano del Fuerte de Sta. Isabel y Regidor Perpetuo, el 11 de mayo de 1787 con una hacienda de 16 fanegas de viña con alguna arboleda, casas bajas, lagar de cantería, bodegas, casa del mayordomo y otros accesorios de labranza».
En relación con La Atalaya y la loza del lugar, el investigador Antonio M. Jiménez Medina en su Tesis Doctoral (“Arqueología de la loza canaria. Historia y tecnología cultural de la cerámica elaborada a mano en la isla de Gran Canaria, siglos XIX y XX”, 2016, Inédita) argumenta:

«Se desconoce cuándo se inicia la actividad alfarera en esta localidad de La Atalaya, pudiendo existir dos posibilidades:

·  Centro locero que comienza en el siglo XVI (al menos desde 1594), que es denominado “La Ollería” y que procedería del mundo indígena (según el cronista oficial de Santa Brígida, Pedro Socorro Santana, 2009).

·  Centro locero que se establecería a partir de mediados o finales del siglo XVII (c. 1663) y que aparece documentado fehacientemente a partir de 1724 y en el que se asienta población procedente de las islas de Fuerteventura y Lanzarote, debido a la emigración producto de las grandes hambrunas desde 1720, o unos años antes, del que se desconoce la impronta o relación de dicha población en las labores alfareras (si estas poblaciones emigradas trajeron consigo el conocimiento alfarero, si existía previamente en la población de la zona, o si se fundieron ambas tradiciones loceras).

Talayeras (Fedac)
El “Lomo de La Atalaya” (lugar que Pedro Socorro relaciona con el lomo en el que se emplaza un campo de golf en la actualidad) aparece reflejado en un acta bautismal, asentada el 5 de febrero de 1588 y unos años más tarde aparece citado el topónimo “La Atalaya”, en 1594, lugar donde existía un puesto de vigilancia destinado a avisar la llegada de naves que pudieran albergar corsarios, o piratas (Socorro Santana, 2009). Para Pedro Socorro Santana, la actividad alfarera en este pago comienza a finales del siglo XVI, pues sostiene que en 1592 se cita una ollería en este lugar (concretamente en un acta bautismal, fechada el 19 de abril de 1592, en la que se cita que la niña Isabel, hija de Alonso Martín y Constanza de Troya residían en “La Ollería”, que considera como una vieja ollería que enlaza sus raíces con un poblado indígena que se estableció en la zona (Socorro Santana, 2009).

Oficio de generaciones (Fedac)
Sin embargo Pedro Quintana Andrés sostiene que esa Ollería se ubicaba, realmente en “El Dragonal”, tal y como ha podido documentar en varios legajos depositados en el archivo histórico provincial, desde 1517 hasta 1663. En ese sentido, se cita al ollero Andrés Martín, que fabricaba tinajas en 1517. Este mismo ollero es citado, posteriormente, como el antiguo propietario de “La Ollería” (1522). Luego en 1532 se documenta que se hacían tejas y ladrillos en la misma Ollería. Asimismo, en 1601 se cita el camino de La Ollería,  durante el ataque de Van der Does de 1599, en la zona de Tafira y del Monte Lentiscal.

En diversos documentos de compra-venta se cita la venta de un molino, denominado como “Molino de La Ollería”. Este molino se sitúa, según se especifica en los legajos, en “el barranco que viene de La Angostura”, “el barranco de Las Palmas”, “Tafira”, “el Puerto de Las Galgas” o “en El Dragonal”, zona que se ubica cerca del actual Jardín Canario, entre el Barranco del Guiniguada y El Dragonal (Quintana Andrés, 1998: 111). En esta área de El Dragonal se localizaban, además del citado molino (desde 1608 hasta 1663), una casa terrera (1618), una hacienda (1623) y una ermita bajo la advocación de San Juan (1663). Es curioso señalar que en El Dragonal, así como en sus proximidades (concretamente en La Angostura), se establecieron  una serie de esclavos, sobre todo negros, bien para cuidar las heredades, o bien para trabajar las tierras, que incluían “parral, huerta, arboleda y casas o cuevas en que vivir” (Lobo Cabrera, 1982: 62).

Guisando la loza (Fedac)
Es probable el padre y la madre de la niña bautizada decidiesen llevar a cabo el rito bautismal en la parroquia de Santa Brígida por ubicarse más próximo que la parroquia de San Lorenzo, o la del Sagrario en la capital, o la de San Juan de Telde. Es decir que residiesen en La Ollería de El Dragonal y no en La Atalaya de Santa Brígida.

Asimismo, Pedro Quintana sostiene que no había gente residiendo en La Atalaya, al menos entendido como un poblado con varias familias asentadas al mismo tiempo, hasta probablemente mediados o finales del siglo XVII. Antes, según este autor, en La Atalaya existía una vegetación exuberante conformada por monte de lentiscos y había una atalaya, o punto de observación y vigilancia para evitar los ataques piráticos. Los talayeros (encargado de la vigilancia) debían avisar con fogatas el avistamiento de barcos piratas, residían allí todo el día y su misión era otear el horizonte avisando de la cantidad de velas (navíos) que se veían. En ese sentido, en Gran Canaria existieron cuatro vigías contratados por el Cabildo o Concejo, durante el siglo XVI, uno en La Isleta, otro en La Atalaya de Guía, otro en La Atalaya de Santa Brígida y otro en el Sur, por la zona de Telde, según ha podido documentar el citado  Pedro Quintana Andrés.
Loza con diferentes diseños (Fedac)
Algunos apuntes que podrían confirmar el poblamiento relativamente tardío en La Atalaya son los hechos que los topónimos Atalaya, Lomo de la Atalaya y La Atalaya no son conocidos hasta 1550, 1588 y 1594, respectivamente (Ronquillo y Aznar, 1998. Socorro Santana, 2009), la presencia en esta zona del espeso monte de lentiscos, al menos hasta 1664 (Suárez Grimón, 1987, I: 250) y asimismo, las primeras compraventas de esta zona se producen entre 1670 y 1697. Por lo que es posible que no existiera ningún centro locero en La Atalaya, hasta comienzos o mediados del siglo XVII, o en todo caso hasta finales del siglo XVI.
 
Detalle de la leña (Fedac)
De la misma manera, sostiene ese autor (Quintana Andrés, 2008: 119) que es en el siglo XVIII cuando los núcleos trogloditas tradicionales de Gran Canaria presentan un crecimiento demográfico por parte de los grupos sociales más desfavorecidos (pobres de solemnidad, viudas, libertos, marginados, etc.), que se instalaron en terrenos marginales y en la periferia de los núcleos de población, destacando entre otros La Atalaya, Hoya de Pineda y El Lugarejo

En diversos documentos fechados en el siglo XVII (en especial entre 1663 y 1697), se describe que en La Atalaya existían un camino (denominado real), casas, cuevas, tierras labradas (viñedos), un zumacal (para curtir cueros) y una ermita bajo la advocación de San Bartolomé. Es curioso señalar que, entre los topónimos citados para esta zona en el siglo XVII, no se hace alusión a cuevas de olleros, ollería, etc., a pesar de los planteamientos del cronista oficial de La Atalaya de relacionar La Ollería de El Dragonal con La Atalaya.

Por otra parte, en las consultas realizadas en el archivo parroquial de Santa Brígida (depositado en el Archivo Histórico Diocesano de Las Palmas), se observa que en el  siglo XVIII, en la zona denominada actualmente como La Atalaya, se distinguían dos pagos definidos, el primero es el pago de La Atalaya y el segundo es el pago de Las Cuevas de Las Loceras (aunque aparece citado más veces como Las Cuevas), que  corresponde al núcleo habitacional excavado en cuevas.

Arte en su manos para urdir y alisar (Fedac)
Este topónimo de Las Cuevas desaparece casi por completo en la documentación consultada a partir del siglo XIX, donde toda esta área pasa a denominarse La Atalaya, topónimo que ha permanecido hasta la actualidad. A estos dos pagos (La Atalaya y Las Cuevas) se asociaría un tercer lugar denominado Las Mesas (documentado en el siglo XVII), que bien pudiera ser la parte alta, con menos pendiente, de La Atalaya del siglo XVIII.

El historiador Vicente Suárez Grimón ha documentado que en 1664 todavía en la zona de La Atalaya existía una vegetación muy espesa, tal y como se lee en una solicitud del escribano mayor del Cabildo, Diego Álvarez de Silva, que habían “dos fanegadas de tierras en La Atalaya que estaban llenas de monte de lentiscos muy espesos”, que para desmontarlas tenía gran trabajo (Suárez Grimón, 1987, I: 250).

Familia en casa-cueva (Fedac)
Las primeras noticias que hacen referencia a la actividad locera de La Atalaya, que nosotros sepamos, se localizan, según pudo documentar el citado Vicente Suárez Grimón (1987, I: 504), concretamente en la declaración del alguacil de Santa Brígida, fechada el 27 de marzo de 1724, sobre el tumulto que tuvo lugar en la Vega de Santa Brígida que conllevó entre otros la quema de una casa y que expresa: de los amotinados, sólo conoció a dos de ellos, Gregorio Suárez y el otro Pedro Francisco vecinos de las Cuevas de la Atalaia donde se hasía la lossa. En dicho documento se expresa que se hacía loza, es decir no era un hecho reciente, al menos debía haberse estando elaborando unos años atrás, si bien desconocemos cuántos exactamente.

Asimismo, a partir de 1752 se documenta, en una partida de matrimonio depositada en el archivo parroquial de Santa Brígida, el topónimo las Cuevas de las Loceras en La Atalaya. Este topónimo de sumo interés, plantea que en 1752 ya era un hecho constatado la presencia de la actividad alfarera en este pago, que eran las mujeres las que, sobre todo, ejercían y desarrollaban esta artesanía y que esta actividad se practica en cuevas, en un ambiente troglodítico ».

Arte en las manos (Detalle de Fedac)
Cuando el turismo de finales del siglo XIX y hasta la mitad del XX conoció de la loza canaria no tardaron las "talayeras" en enriquecer el catálogo de las piezas y el diseño de las mismas, incorporando otras como adornos para el hogar y dibujar sobre el primario alisado signos identitarios del turismo inglés que se interesó por su compra. Acreditaban la capacidad de adaptación para sobrevivir con la venta de su loza, que en el primer momento lo fue con el único fin como útiles de cocina, alcanzando con su justa medida en la mezcla de barro "bermegal" y la arena que las piezas resistieran al fuego de las cocinas cuando fueran utilizadas a la necesidad que cubrían. Incluso conocieron de las piezas prehistóricas expuestas en el Museo Canario, porque ello era un valor añadido, siempre con el pensamiento que su venta garantizaba su subsistencia. Pero alcanzaron un mayor esplendor etnográfico. La loza es todo un perfecto y bello arte popular, tanto en composición técnica como en diseño.

Localización (Espacios Naturales de Gran Canaria)



ASERRADOR, MONTAÑA EL (TEJEDA)

Situada entre Timagada y Ayacata, allí aserraban los arrieros los pinos que luego eran llevados en bestias hasta Tejeda, para, con posterioridad y en camiones, transportarlos a la Ciudad. Se cuenta que «... muchas puertas, ventanas y balcones de Vegueta fueron elaborados con esta madera...».

Allí también, a mediados del siglo pasado, en la tienda «de aceite y vinagre» del cruce del Aserrador, junto al antiguo molino de gofio, se hacían trueques, por parte de la gente pobre, de brea, carbón y pinocha, por vales para comer.

Risco El Aserrador 1950 (Alonso Tabuenca, P Fedac)
Son historias aún recientes, vinculadas al pinar canario. Más tarde, otros llamaron a la cercana montaña del Humo, cuando ya no rentaba aserrar los pinos para su transporte a la Ciudad y se le prendía fuego para obtener la pez o brea; pero el topónimo más antiguo del Aserrador quedó en el risco montañoso y en el cruce de caminos para la memoria colectiva como homenaje al trabajo duro de otros tiempos.

Panorámica (rosagrancan-blogspot)
Durante siglos había pasado desapercibido que en su cima habían dos estructuras de piedra de planta ovaladas que fueron interpretadas como túmulos funerarios cuando se descubrieron en 1968, correctamente alineadas de Este a Oeste.


Dos túmulos en lo más alto (Patrinet)
El pinar es la gran formación vegetal de Gran Canaria y en la actualidad existen sobresalientes pinares naturales en Inagua, Ojeda, Pajonales y Tamadaba, con una amplia gama de variación en su composición florística, sobre todo en los límites de su área, en función del contacto con otras formaciones vegetales y de su descenso a cotas bajas por el suroeste.


Localización (Espacios Naturales Gran Canaria)
De la importancia del pino canario, de su presencia en la historia y en el futuro de las islas, mucha es la información que aporta la administración pública para su protección de la que se incluye un amplio resumen. Además, su expansión ha sido favorecida por las reforestaciones, que han permitido recuperar gran parte de las extensiones que fueron taladas y roturadas en el pasado.

Pinares (yudiyadri-blogspot)
Antes de la Conquista, la influencia de los aborígenes canarios sobre la vegetación fue bastante limitada. No ocasionaron grandes daños en el pinar, en parte debido a la falta de herramientas adecuadas para talar los árboles y trabajar la madera. Sí realizaban una serie de objetos de madera que obtenían mediante una lenta elaboración artesanal: armas, varas, bastones de mando, peines, colgantes, gánigos, palitos para producir el fuego, antorchas para alumbrarse, tablones funerarios, etc.

Sala del Museo Canario
La madera empleada en la fabricación de los anteriores objetos, así como en la techumbre de abrigos pastoriles, procedía de diversos árboles, entre los que destacaba el pino canario. Con corteza de pino se construyeron también boyas y cucharas, así como tapas y fondos de recipientes.

Reconstrucción antigua vivienda de canarios (estodotuyo-com)
Los frondosos pinares llegaron bastante bien conservados al momento de la Conquista. La conquista del archipiélago supuso un duro golpe para su paisaje vegetal, pues si bien los nuevos pobladores se encontraron con que la vegetación potencial cubría la mayor parte de las islas, la elevada demanda de madera con fines domésticos e industriales, así como la de espacios abiertos para el asentamiento de núcleos de población, terrenos de cultivo y dehesas de pastoreo, provocó durante el proceso de colonización de los siglos XV y XVI una rápida e intensa actividad taladora, para el fuego de los ingenios azucareros y para la construcción de viviendas, lagares y barcos, como la actividad roturadora para la puesta en cultivo de las tierras.

Maderas en el lagar (lospasosquedejamosatras-blogspot)
Luego, desde comienzos del siglo XVII hasta mediados del XX, se alcanzó el máximo desarrollo agrícola y ganadero del archipiélago, así como un incremento poblacional lento pero constante. Durante esa larga etapa no se produjeron tantas roturaciones masivas como en el período anterior, pero continuaron siendo importantes los aprovechamientos forestales (leña, madera para la construcción y útiles domésticos, etc). 

La última etapa en la evolución de los pinares, que comenzó en los años cuarenta del pasado siglo XX, coincide con la recuperación de la masa forestal de las islas, debida en primer lugar a la disminución de los aprovechamientos y en segundo lugar a la política de repoblación.

Cultura de la repoblación (Gobierno de Canarias)
Todo ello ha permitido una clara recuperación de la cubierta vegetal, sobre todo de las formaciones forestales de las medianías y cumbres. Dicho afán repoblador motivó que se creasen en la isla masas artificiales de pinos donde nunca los hubo, resultando un paisaje diferente al propio de cada zona insular.


El conocido como «pino canario» (Pinus canariensis), símbolo vegetal de la isla de La Palma, es un árbol de hasta treinta metros, endémico de las islas, que se diferencia de otras especies del género por sus hojas aciculares, delgadas, de hasta treinta centímetros y dispuestas en grupos de tres. La corteza es gruesa y de color marrón-rojizo y los conos son oblongos o subcilíndricos y de hasta veinte centímetros de largo.